''Este barrio jamás se ha inundado'' Por Cesar Lazo.

La voz de los ESTUDIANTES

"ESTE BARRIO JAMAS SE HA INUNDADO"
Por César Lazo

La noche ha entrado en el patio anegado, llovió todo el día, apenas ha escampado unos minutos atrás. Mentalmente trato de mantener una distancia, alejarme del miedo que contagia a toda la ciudad, me digo a mí mismo que no hay ningún peligro. Me he sentado frente al ordenador como un espectador que desde la comodidad comparte las imágenes de las inundaciones. La lluvia ya está de regreso, el ruido en el techo martillando mis tímpanos, alborota el dolor artrítico que ya días me atormenta. Necesito relajar el cuerpo, olvidar de una vez el peligro que digiero como un supuesto, como un sueño cualquiera. La música casi no la puedo escuchar por ese alboroto en el techo que me parece se va a romper en pedacitos como un vaso que se quiebra, el ruido de la lluvia se ha tornado molesto. En la pantalla del ordenador aparece rostros familiares, es mi perfil de Facebook, aprieto suavemente el cursor y van desfilando imágenes que hacen que en mi pecho se amontonen sentimientos. Se quiebra la impavidez y salto de mi asiento preferido, tomo los libros en desorden, los pongo en los estantes más altos. Los libros son mi prioridad no quiero que se mojen con el agua sucia de la creciente, hay que ser precavido, estar alerta para salvarlos. No quiero ni imaginar lo que pueda ocurrirles a mis viejos amigos, a los únicos que me hablan en cada encuentro. La verdad es que los libros son entrañables, por eso mantengo una relación insustituible. Los acaricio a medida voy colocándolos en desorden, por considerar que no hay tiempo que perder si quiero salvarlos. Al terminar tan amorosa tarea he regresado al ordenador, me arde el estómago, fuego abrasador. Observo un extraño mensaje es una advertencia sobre una posible amenaza.

“Vecino, nos estamos llenando”
Reacciono con lentitud sin comprender nada, no relaciono este mensaje con la lluvia, ni con  lo que han dicho los meteorólogos, al fin despierto, vuelvo a lo tangible y escribo: está llena la calle… en el chat la vecina ha escrito una palabra un aviso urgente, una suplica que no logro comprender:  “salga” y yo en la perplejidad del distraído le respondo: “Ya salgo”. De inmediato, olvidando mi miopía me quito los lentes y los dejo sobre el escritorio, salgo y observo la escorrentía de agua turbia, me la imagino, tengo la mirada turbia como el agua, por eso no miro nada extraño. Me palpo el rostro y me percato que ando sin lentes, regreso a mi habitación, me pongo los lentes y le escribo un mensaje a la vecina: “Espero no suba mucho... así ha estado las noches anteriores. Aquí nunca se ha inundado, no obstante tenemos que estar alerta”. Le pido que llame a Brenda y a Mario arguyendo que ellos están más expuestos. La petición es una terapia, estoy tratando de calmar la ansiedad que me provocan las tragedias anunciadas. La verdad es que desde el lunes he estado en vela, monitoreando la tormenta, leyendo cada tres horas las advertencias del centro de huracanes. Y en este momento, cuando el agua se acerca a mi umbral, no sé qué hacer. Reacciono, tal vez urgido por el instinto, me levanto apresurado, salgo al patio bajo la lluvia. El agua ha cubierto el espacio donde no se estanca. Una racha de viento iluminada por un relámpago que ilumina el espacio dejó visible una ola que corre por la calle a la inversa. Me sorprendo. Una escorrentía no puede correr hacia arriba, solo si hay reflujo. Pienso en el escenario siguiente. Entro a la casa dejando un rastro de agua sobre el piso. Alarmado a gritos le hablo a mi nieto que nos estamos inundando. El se fue a mirar y habló con su amigo Brayan quien había recibido una llamada que se rompió un bordo de uno de los tres canales que nos rodean. La gente del asentamiento contiguo estaba saliendo. La multitud huye asustada. El llanto de los niños en la oscuridad, empapados, titiritan de frío. 

La lluvia arrecia y el agua sube, se ha saltado la acera. Mi nieto llama a mi nieta que vive en un lugar más seguro, gritando: ¡Por favor ven a traer a mi abuela y a mi abuelo que nos vamos a inundar!
Yo, que soy un viejo terco, le grito: ¡No, no quiero que vengas! ¡Yo no me salgo de mi casa, para qué, no nos vamos a ahogar, si el agua sube solo será un pie cuando mucho!  Rubenia me mira asustada. Su rostro desaparece en la oscuridad de la habitación. A tientas me aproximo para abrazarla, no la encuentro. Un inoportuno apagón cuando la lluvia arrecia, a tientas busco las candelas y lucho contra la briza para encender un fosforo. Un rayo nos hace estremecer y por un instante se iluminan nuestros rostros asustados. Ella en un rincón gime, el temor la inmoviliza. La lluvia sigue cayendo. Mi nieto sigue insistiendo que nos vayamos y gana mi terquedad. La luz de la vela ya nos ilumina con timidez, se refleja en el agua sucia que nos abraza la cintura. La lluvia arrecia, golpea el techo.




Cesar Lazo es un escritor Hondureño, desde el Movimiento Lenin Dubon hacemos un esfuerzo por impulsar la cultura, el arte, la lectura. Nuestro diario digital ''EL ESTUDIANTE''  Es un espacio de redacción y difusión de ideas para que los y las estudiantes tengan una Voz para expresarse y una información alternativa para entender la realidad de la educación, de Honduras y del Mundo. 

Comentarios

  1. Sólo un breve relato de entre los miles y miles de relatos que quedan en cada uno de nuestros familiares, amigos y conocidos.

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