En honor al escritor de lxs trabajadores, campesinos, lxs jóvenes del barrio, nuestro Ramón Amaya Amador

Ramón Amaya Amador, nace el 29 de abril de 1916. En honor a su 104 onomástico reproducimos este viejo escrito.



PRISIÓN VERDE: O LA INQUISICIÓN CONTRA UN LIBRO
-Ellos, los viejos de mi pueblo, lo recuerdan. Sus amigos aún tienen, inmarcesible en el frescor del cariño. la estampa brisa de aquel mestizo cimarrón. Pleno, vital, camina, midiendo el cascajo integral y la polvareda de los atajos de su ciudad natal. Las ocho calles y las seis avenidas le van quedando ya pequeñas. Él, dueño del mundo, las anda de arriba a bajó, vestido de punta a punta, almidonado, delicado en su traje de blanco dril.

Allí está, en el corredor de la casa de bahareque. Libro en mano. Viajando por el universo. Sentado en la silla de vejucos, al otro lado de la iglesia, frente al parque, casi a la par del cabildo. Hojea el tomo, de cuando en cuando, alza la negra pupila, medita y ve hacía la ceibita clavada de raíces milenarias en el corazón de la plaza.

Los varones lo miran. Vive en sus recuerdos. Sus admiradoras de entonces, al evocarlo, sientes otra vez la humedad en el mismo lacrimal en donde alojaron la llama sensual de sus piropos. Suspiran con la misma emoción, al desempolvar aquellos días. Aseguran no olvidar jamas la frondosidad mulata de sus frutecidos labios. Los mismo que restallaron, reventados de turgencia en el premeditado escondite, repletos de marfil dicente, sonrisados, acariñantes de blancor.

Otros, siempre fraternos-tremolados, cual tocados por marimba, lo retrotraen deportivo, invencible capitán, sudoroso, invicto, dirigiendo a la oncena del equipo de sus par iguales, el  Aguán Deportivo. El mismo equipo de los serenateros. Los estremecedores. Los urgidos subvertidores de los balcones solitarios, los exterminadores del enjaulado corazón de las féminas.

Sus paisanos saben de la mar de libros de su cuarto brujo. de su orgánica pasión por contar de la testimonial mayúscula y viril, letra viva de su tiempo. Aseguran que los secretos de las cosas bellas del mundo y de la vida las aprendió de su madre, la más sobrada intelectual en aquella ríspida parroquia y que el arte y la rebeldía le llegaron también por esa misma vía nutricia. Sostiene que su única universidad fue la misma en que, alguna vez, abrevaran los Grandes Maestros de la humanidad, el diario vivir...

Él, supo de la dicha que prodiga el vino. Él, conoció la alegría del peregrino que regresa a casa. Él, conoció la dulzura de la sal con que se amasa el camino de la humanidad. Él, saboreó el amargor de la hiel y la miel, de la que están fabricadas las rutas insurrectas de la patria, Él conoció muy bien de la poltrona donde se arrellana la soberbia. Él, supo de la delicada sabiduría del pueblo llano. Él, abrevó de la fuente donde mana el raudal del arte. Él, sabia del método, del flujo y reflujo, de las espinar y las piedras, de la dentellada a ultranza y de los muros que hay que sortear para llegar a la felicidad y esperanza....

Así dicen que era Ramón Amaya Amador. Hijo, como cualquier hijo de vecino, de una artesana, de una mujer hacedora de flores y guirnaldas; fabricante de cigarrillos caseros; industriosa de panes y de dulces; teatrista de veladoras y promotora cultural de pastorelas; despertadora de espíritus; limpiadora de modorras y telarañas y lectora de espesas noches y madrugadas largas. Dios, un sacerdote, un pueblerino cura párroco cualquiera. Isabel Amaya, la mamá; Guillermo R. Amador, el papá. Binomio creador de la criatura más prolifera de la literatura hondureña. Sus libros -más de cuarenta y cinco- han dado mucho de qué hablar. Se puede decir mucho de ellos ahora que medio ha cambiado un ápice la quedad de la caverna troglodita de la obstinada clase dominante. Los escritos de este hombre han despertado el más enconado de los y revivido el más diáfano amor entre los humanos. Su pluma, siempre polémica, es la más querida y la más odiada de estas Honduras.

Hoy, este año, su emblemática novela, Prisión Verde, cumple sesenta y ocho años, casi siente décadas de batalla frontal contra la ignominia... ha sido -ostenta el récord- el libro más perseguido del país. Por mucho tiempo fue prueba de convicción para el encarcelamiento. Sus primeras ediciones fueron traídas, desde México, por puntos ciegos fronterizos (vive la memoria de Julio Andrade Yacamán, dueño de la Librería Atenea, para contarlo). Varios ciudadanos de los campos bananeros -está registrado en los anales nefastos de historia patria- perdieron su vida o fueron a dar a la cárcel por la osadía de poseerla, guardarla, prestarla, leerla, comentarla, regalarla, dedicarla o venderla.

Los Comandantes de Armas del Cariato calentaron muchas veces la frialdad de algunas de sus noches inquisitoriales con la llama viva de sus páginas quemantes. Los viejos de mi pueblo aún bajan la voz al soló mencionar su nombre. En algunas oportunidades la novela fue enterrada viva en la soledad de los patios después de cada Golpe de Estado o cuando asomaba, pr los pacíficos andurriales, las narices impunes del registro militar....

Así de azarosa ha sido la vida de este modesto libro, de esta novela escrita por un centroamericano de la provincia de Honduras, nacido en Olanchito, Yoro. Él era, es y será, se llamó, se llama, se llamará: Ramón Amaya Amador.


-Armando Garcia Florencia 
Era de la inseguridad nacional.

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